Dicen que si te tropezás una vez con una piedra, la culpa es
de la piedra. En cambio, si tropezás dos o más veces con la misma piedra, la
culpa es tuya.
Yo empecé cayendo en la escuela pública. Una vez, dos,
tres... y aprendí a tirarme de cabeza a ella.
Me caí en la escuela pública en marzo de 1994. Tenía un
pintorcito rojo, con un león bordado en el bolsillo. El mismo león en la
mochilita roja de tela. Mamá y papá me saludaron, se fueron caminando con mi
hermana en el cochecito de bebé y yo me quedé ahí.
Tenía cuatro años. Mucho no recuerdo, obviamente, de mi
jardín de cinco en el Merceditas de San Martín. Creo que mi seño se llamaba
Susana, pero a lo mejor no es así. Yo quería ir a una escuela de monjas, porque
ahí iba la nena que vivía al lado de mi casa. Pero no me dejaron elegir. Me
dijeron que no me iba a gustar esa escuela y me aseguraron que la pasaría muy
bien en la que iría. Y así fue.
Recuerdo que la J se me confundía con la L al aprender a
escribir mi nombre y a veces ponía Lujia, Lulia o similares. Hacia fin de año,
estaba orgullosa de no confundirme más y ser capaz de escribir Julia Conalbi,
todo entero, que era larguísimo.
Un día, me acuerdo, miramos unos microbios en un microscopio
y estaba fascinada. Fue como ver unos monstruos de dibujitos animados atrapados
en un recipiente diminuto.
Hice amigos, me encantaba trepar arriba de un juego que
había alrededor de un árbol enorme.
Terminó el año y yo quería ir a la primaria de esa escuela,
porque usaban guardapolvo blanco como en todas las demás. En cambio, en
"El Nacional", el guardapolvo era turquesa y a la July caprichosa de
cinco años no le gustaba.
Yo estaba ansiosa por empezar primer grado. Me acuerdo de la
mochila que me había comprado papá, de mi carpeta de los supersónicos y mi
guardapolvo turquesa, que me quedaba un poco grande. “Para que te dure todo el
año", había dicho mamá. El primer día, no tuve clases, el segundo tampoco
y un día fui a la escuela pensando que finalmente iba a comenzar mi primer
grado ¡Tenía tantas ganas de aprender a leer yo solita! Tampoco tuve clases.
-¿Por qué, mami?
-Porque a las seños no le pagan su sueldo.
-¿Quién no les paga?
-El Gobernador.
-¿Y quién es?
-Se llama Ramón Mestre.
Y un día fui con mamá, papá y mi hermanita en su cochecito a
la Plaza Solares. Había mucha gente quejándose porque a las seños no les
pagaban. Eso era una marcha. Una mujer se acercó a mí y me ofreció si quería
llevar un cartel.
-Pero yo todavía no sé leer. -Le expliqué.
-El cartel dice "Queremos tener clases". -Me
explicó.
Fui corriendo con mi mamá y mi papá a mostrarles orgullosa
el cartel que iba a llevar. Yo quería tener clases y aprender a leer.
Desde ese día de 1995 y hasta hoy mismo, siempre he ido con
mi madre a las marchas docentes. Primero como estudiante que apoya la lucha
docente, ahora ya como profesora.
Cuando empecé primer grado, los chicos que venían del jardín
del Nacional escribían en una letra que yo no entendía. Cuando fue mi turno de
escribir mi nombre en el pizarrón, le dije a la seño "Yo sé escribirlo
así". Y lo escribí en imprenta. Conocí que había dos letras, cursiva e
imprenta. Estaba ansiosa por leer y poder yo solita saber todos los secretos de
los libros de cuentos que me leía mi mamá. Hice amigos, algunos, como Lau, aún
siguen formando parte de mi vida.
Aprendí a leer, a escribir, matemáticas y ciencias. Aprendí
también que a los maestros les tienen que pagar para poder tener clases, que el
Estado tiene que mantener la escuela porque si no faltan bancos, sillas o
distintos elementos. Aprendí que el Estado no cumple y que para tener
calefactores o computadoras nos daban numeritos de rifas para vender, o que
había que ir a pintar la escuela porque si no, nadie lo iba a hacer. Aprendí
además que para que las cosas buenas ocurran es necesario luchar, unirse y
trabajar por ello.
Terminé la primaria y ya tenía un manojo de amigas, ya sabía
que me encantaba Lengua y que las Matemáticas no eran lo mío.
En el 2001, empecé primer año en el secundario de la misma
escuela. Ahora no solo por decisión de mis padres, sino también mía. Me
encantaba mi escuela.
Aprendí algo más de Lengua, Matemáticas y ciencias. Con unas
amigas, en primer año organizamos una juntada de firmas para pedir que
colocaran inodoros en los baños, porque había letrinas y ya habíamos aprendido
en la primaria que nadie nos iba a dar nada si no lo reclamábamos. "El que
no llora, no mamá", dice el tango. Regresamos de las vacaciones de
invierno y ya había inodoros.
Tuve profesores excelentes, buenos y malos. De todos aprendí
algo. De los primeros, la pasión por el conocimiento, por el compromiso y por
el trabajo que realizan. A esos pocos les debo ser docente hoy. De los
segundos, aprendí algo de química o física o geografía. Y de los últimos,
aprendí qué clase de profesora y de persona no quiero ser.
Egresé del "Nacio" en 2006 y viajé sola a Córdoba
por primera vez para anotarme en la universidad pública. En el cursillo de
Letras, me hablaron de la historia de la UNC y la Reforma Universitaria. La
mayoría de mis compañeros venía de escuelas privadas y no había visto el tema.
Yo me sorprendí, lo había estudiado en clases en el secundario.
La vida en la universidad era clases, grupos de estudiantes
presentando propuestas para ser elegidos para el centro o consejeros,
elecciones, toma de la facultad... una vida de un pueblo democrático.
Aprendizajes de todo tipo, por todos lados.
En 2012, volví al "Nacional", a pararme del otro
lado del aula. Luego, comencé a dar clases en otras escuelas. Siempre en
escuelas públicas.
No me caí, Mauricio, me tiré de cabeza.